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viernes, 29 de octubre de 2010

¿Existe un fin del hombre?

Hay cosas que nos ocurren y cosas que nosotros hacemos. En las primeras se encuentran como late nuestro corazón por ejemplo, que son cosas que simplemente nos suceden sin voluntad propia. Aunque estas acciones y reacciones no dependen de nosotros, sino que son expresión de nuestra biología, hay otro grupo de cosas que son las que de hecho hacemos pero podríamos no hacerlas, es decir, distinta de las cosas que simplemente nos ocurren. Estas últimas son propiamente actividades nuestras, mientras que las primeras simplemente suceden en nosotros. Los medievales llamaban a unas, las que se producen por intervención de la libertad, "actos humanos" y a las otras "actos del hombre". Ambas actividades son muy importantes, pero unas son exclusivas nuestras, mientras que las otras las tenemos en común con el resto de los animales. Únicamente somos responsables de los actos que podemos llamar humanos, pues sólo en ellos nos proponemos un fin y lo elegimos.
En los otros, también existe una finalidad, pero ella no es puesta por nosotros.

Detrás de cada acto humano, entonces, podemos reconocer un fin. Existe una coherencia entre lo que hacemos y lo que perseguimos. Sin embargo, vemos que los hombres persiguen cosas muy diversas. ¿Son todas ellas equivalentes? ¿Da lo mismo dedicar la vida al servicio de los demás o a su explotación? Por otra parte, ¿hay un fin que sea común a todos los hombres, o cada uno debe buscar hacer en la vida lo que le parezca? En realidad, siempre hacemos lo que nos parece, pero, ¿da lo mismo qué sea eso? Pensar que no hay un fin común a los hombres tiene también grandes inconvenientes, entre otros el debilitar enormemente la unidad del género humano, reduciéndola a la sola pertenencia biológica a una especie. Además, desde el punto de vista político, puede resultar muy peligroso que algunos hombres decreten que otros no tienen el mismo fin que ellos, y, por tanto, no son acreedores de los mismos medios, incluido el respeto por la propia dignidad, para lograrlo.
Para intentar responder a estas preguntas es necesario que tengamos caro ciertos elementos. Lo primera es que todo lo que se hace se hace por un fin. Es imposible encontrar un acto humano que no esté dirigido a un fin, cada vez que hacemos algo lo hacemos “por algo”. Este fin es lo que consideramos bueno desde algún punto de vista. Por esto es que se dice que “es en vista del bien que todas las cosas son hechas por aquellos que las hacen”.

Aunque los hombres solemos fallar en nuestras aseveraciones, no podemos equivocarnos en creer que hacemos algo en vistas del bien, aunque sí podemos equivocarnos al pensar que eso es realmente bueno para nosotros. Es el caso de alguien que hace lo que, en realidad, no le conviene. Tener conciencia de eso es propio de los seres racionales y tiene que ver con el tema de la responsabilidad. Ante cada uno de nuestros actos, un observador podría preguntarnos por el porqué y nosotros deberíamos ser siempre capaces de dar una respuesta. Si no pudiésemos dar una explicación, sería señal de que no se trató de algo voluntario, sino sólo de algo que solo sucedió, como lo que realiza un sonámbulo o un hipnotizado. No basta con responder: "porque tuve ganas", ya que eso significaría que hemos tratado un acto humano como si fuese sólo un acto del hombre, algo que no se halla sometido a nuestra razón. Y no sería verdad.
Aunque todo lo que hacemos lo hacemos por algo, es interesante constatar que ese algo no siempre constituye la razón última de nuestro actuar. Por ejemplo, obtener una buena nota es un fin, pero no un fin final, sino un fin subordinado a otros propósitos. Con todo, no parece posible que sólo existan estos fines que son a la vez medios. Si cada cosa que buscamos la buscamos en función de otra, y ésta de otra, y así hasta el infinito, llegaríamos a una situación en la que se haría imposible actuar. Debe existir, entonces, algún fin que no esté subordinado a otro, es decir, que tenga el carácter de último. ¿Quién no busca la felicidad? Es imposible encontrar un hombre que no quiera ser feliz. Es un fin que nos está dado por la naturaleza.

El problema, entonces, no esta en la identificación de aquello que mueve nuestros afanes, sino en saber en qué consiste, de hecho, ser feliz. Porque, aunque todos estamos de acuerdo en que queremos ser felices, no todos coincidimos en el contenido concreto de la felicidad. Unos, en efecto, la buscan en el dinero, otros en las fiestas y los de más allá en el placer o en otras cosas.

¿Es el placer el fin de la vida humana? No sería razonable pensar que el placer es una suerte de obstáculo para la vida moral, algo que sería mejor que no existiese. El placer es muy importante, pero eso no lo transforma de inmediato en el motivo último de toda nuestra actividad.
¿Cómo podemos saber que el placer no es lo mismo que la felicidad? No basta con gozar si no se sabe que se goza. Eso muestra que hay un nivel superior al placer, que el fin del hombre se vincula al ejercicio no de las potencias sensoriales sino de las facultades superiores del hombre. Este no sólo posee razón, sino que es capaz de vivir conforme a ella. Por eso, el bien del hombre debe ser una actividad de su alma conforme a la virtud, ya que la virtud es algo conforme a la razón.
El placer es una  señal de que hemos alcanzado una cierta felicidad, pero no constituye la felicidad misma. El hacer todo por placer es lo típico del hedonista. Que el placer no sea lo decisivo se muestra en que hay muchas cosas que las haríamos aunque no se derivase de ellas placer alguno.

El fin último, entonces, no puede ser el placer sin más, que puede acompañar tanto los actos buenos como los malos; o sea, que puede contribuir tanto a la plenitud como a la degradación del hombre.
Dicho con otras palabras, mi desarrollo personal no supone la degradación de las demás personas. Cuando decimos que hay que llevar una vida conforme a la razón, no sólo estamos señalando que hay que actuar con la razón, dirigidos por ella. Estamos también apuntando a que sólo ese tipo de vida se ajusta a las exigencias  derivadas de la vida social.

Cuando se afirma la existencia de un fin de la vida humana no se está diciendo que cada hombre en cada uno de sus actos libres esté pensando en alcanzar ese fin. Si lográramos conocer qué busca una persona y por qué lo hace podríamos reconstruir la dirección general de su vida y decir qué es lo que en realidad esa persona persigue.

El hecho de que el genuino fin del hombre sea uno sólo no supone establecer una uniformidad entre las personas, pues su realización admite formas variadas. Nadie puede decir que en un determinado momento ya alcanzó la felicidad de manera definitiva.
La razón humana, por tanto, no está cerrada sobre sí misma, sino abierta a una realidad que la excede, y que le permite adquirir su plenitud.

En suma, la existencia de un fin de la vida humana permite que ésta mantenga una dirección, tenga un sentido. Todos están de acuerdo en que, de haberlo, este fin es la felicidad, aunque hay diferencias acerca de qué es lo que realmente nos hace felices. El bien constitutivo de la felicidad humana debe ser propio del hombre y, más específicamente, de lo más alto que hay en él, la razón.
Lo que llamamos vida virtuosa no es más que una vida conforme a la razón. Lejos de ser uniforme, ella reviste formas diversas y su cumbre es la contemplación.